En medio de este océano, a unos 500 km de las costas de África y a 800 km de las portuguesas, se encuentran las cinco islas que forman el archipiélago de Madeira: Madeira (isla principal) Porto Santo y las tres Islas Desertas (deshabitadas).
Aunque eran ya conocidas por los romanos, el archipiélago fue descubierto por los navegantes portugueses, que bautizaron la isla principal con este nombre por la frondosidad del bosque que la poblaba. Este bosque era la denominada laurisilva, típico de todas las islas macaronésicas (Canarias, Madeira, Azores, Cabo Verde, etc) y que hoy día se encuentra relegado a los rincones más inaccesibles.
Si la colonización desde antiguo de la isla trajo consigo la paulatina desaparición de la laurisilva, el esfuerzo de sus pobladores por recoger y aprovechar el agua de las cumbres, ha dejado un inesperado patrimonio que atrae a visitantes de todo el mundo.
Las levadas, auténticos senderos de agua, son caminos de servicio paralelos a las acequias que bajan el agua desde las alturas hasta la costa. Transitando sobre esta red hídrica, es posible atravesar a pie y sin grandes esfuerzos toda la isla.
Sin grandes atractivos para el turismo de playa, pues éstas son pequeñas e inaccesibles, los visitantes de Madeira vienen atraídos por su naturaleza (en particular, las miles de especies de flores) sus 2.000 km de levadas, la gastronomía, el folklore y un clima que es prácticamente invariable durante todo el año.
No hay muchos senderos costeros en Madeira, pues el terreno cae demasiado abrupto al mar. Pero donde sí los hay son muy emocionantes. La vereda costera de Machico y Porto da Cruz fue durante siglos el camino más corto entre ambos pueblos.
Probablemente la primera palabra en portugués que aprenden los senderistas que visitan Madeira es “levada”. Hacer caminatas al lado de las levadas es una experiencia única, estos estrechos canales de agua forman una red ingeniosa de riego que se crearon poco después de la colonización de la isla en el siglo XV, con el objetivo de hacer utilizables los abundantes recursos de agua en el interior, para el cultivo de la caña de azúcar y del vino.
Por la tarde visitaremos Porto Moniz y podremos darnos un baño en sus preciosas piscinas naturales.
A pesar de la fascinación que producen los caminos por las levadas, no hay que olvidar que la isla volcánica es también una excelente zona para realizar excursiones de montaña. El macizo central, de casi 1900 m, permite realizar itinerarios para todos los gustos. Especialmente alpina es la ruta de las dos cumbres desde el Arieiro hasta el Pico Ruivo. El espectacular trayecto esculpido en la roca, le ha valido con razón el nombre de ruta reina.
Desde 1999, Madeira está en la lista de patrimonio natural de la Unesco. La isla debe este reconocimiento sobre todo a su bosque de laurisilva.
Bajo el concepto de bosque de laurisiva se entiende más bien una familia de plantas compuesta por unos veinte árboles y arbustos, todo ello adornado con musgo y buena cantidad de líquenes y no podían faltar los helechos, que en Madeira crecen unos setenta tipos de helechos diferentes.
Si piensas en verde, si piensas en la suave lluvia cayendo sobre un bosque esmeralda, estarás cerca de imaginar donde se encuentra la ruta que te proponemos hoy, allí donde habitan las sombras y la luz y a un solo paso del paraíso.
El centro de Madeira está dominado por un alpino macizo montañoso. La espina dorsal de la isla es de origen volcánico y se erigió del mar hace veinte millones de años. La fuerza erosiva del viento y de la lluvia modelaron curiosas crestas rocosas y los torrentes crearon profundas y entalladas gargantas.